miércoles, 29 de junio de 2016

46. Una senda entre los árboles.

   Un pequeño incendio mostraba el lugar donde la bruja había sufrido el flamígero ataque de Lúcida, dando motivos a ésta para que emprendiera una precipitada huída montando sobre su escoba. El fuego, que alejaba tímidamente la oscuridad imperante, iba perdiendo poco a poco su viveza inicial, lo que hacía indicar que pronto se extinguiría. Alonso, que seguía tapando sus vergüenzas, se dedicó a pisotear los llamas más pequeñas con objeto de acelerar el proceso de apagado.   El farolillo yacía en el suelo hecho pedazos.
—Sé cómo solucionar ese problema tuyo, Alonso, acompáñame al interior de la casa, aunque tendrás que quitarte los pantalones si quieres que ponga mis manos a trabajar en ese agujero tuyo, el de la prenda, quise decir; porque supongo que no sabrás coser —dijo Nicodemo, que, de repente, parecía haber recobrado la compostura tras el mal trago que le había tocado vivir y que tanto le hubo afectado.
—¿Qué es lo que escucho? ¡No hay tiempo para jugar a los sastres! ¡No es momento de idioteces! —protestó el caballero, que seguía inmovilizado cual estatua.
—Mi buen paladín, dudo mucho que vayamos a ninguna parte contigo en ese estado. La niña y yo no podemos llevarte a hombros, y el chico, aunque es fuerte en extremo, está agotado. No veo qué hay de malo en dedicar un poco de tiempo a algo que podría evitarnos una visión que, al menos a mí, me hace pasar vergüenza en todos los aspectos, si es que me entiendes. El mismo perjudicado se siente incómodo con sus descomunales vergüenzas al aire. ¡Mirad sino cómo cubre su hombría con ambas manos!
   Alonso balbuceó algo ininteligible. Parecía impaciente.
—Lo sé, muchacho. Sígueme, ahora, por favor —dijo Nicodemo, que se adentró en la casa seguido por el enorme hermano de Lúcida.
—¡Pero debemos marcharnos ya! —exclamó el caballero agitado—. Podría haber más como esa maldita vieja por aquí, por no hablar de los muertos, que a saber por dónde las llevan.
   Lúcida se acercó a él.
—¿Qué sientes al no poder moverte? —preguntó curiosa.
   Crisanto la miró un tanto abatido.
—Para ser sincero, me siento ridículamente vulnerable y angustiado —respondió apesadumbrado.
   Una expresión de asombro les llegó desde la casa.
—¡No puedo creer lo que ven mis ojos! Es peor de lo que pensaba, hiriente y ofensivo aun sin pretenderlo. ¡Aparta, muchacho! Aléjate de mí mientras tengas eso al aire, no sea que en algún movimiento involuntario pueda rozarlo, lo que no sería de mi agrado, te lo aseguro. Espero que tampoco del tuyo. Sí, eso espero. En estos casos las distancias cortas son muy problemáticas, demasiado —se oyó decir a Nicodemo—. Anda, ve al otro lado de la sala, justo detrás de la mesa, que yo miraré hacia la pared mientras remiendo el roto. Y no te acerques hasta que acabe, que será cuando yo te lo diga, ¿entendido?
   Alonso gimió con timidez.
—¿Hacia dónde iremos ahora? —quiso saber Lúcida, que parecía divertida por lo que acababa de oír.
   Crisanto suspiró antes de responder.
—Cuando partamos, cosa que quizás hagamos alguna vez antes de que nos encuentren y nos maten, deberíamos dirigirnos hacia el norte. No muy lejos de aquí, a un kilómetro escaso, como ya nos dijo Nicodemo, se encuentra el pueblo de Media Piedra, donde espero hallar algo de descanso, por poco que sea, no sin antes identificarme y haber informado a las autoridades de la naturaleza del peligro que amenaza la seguridad de sus habitantes, cosa que creo haber dicho antes —dijo.
   De súbito, el caballero, que había permanecido paralizado en el inicio de la acción en la que pretendía golpear a la bruja cuando ésta lo hechizó, acabó bruscamente el movimiento hasta entonces inacabado, lo que le hizo caer al suelo atropelladamente
—¡Rayos! ¡Mil rayos! —exclamó dolorido.
   Lúcida, tras el lógico sobresalto, corrió en su auxilio.
—Llevas razón, ya hablaste sobre eso; lo había olvidado con los nervios —reconoció—. ¿Estás bien?
—Sí, al menos ya puedo moverme.
   La voz de Nicodemo volvió a dejarse sentir.
—¡Ya está! Tus pantalones no volverán a dejar en libertad aquello que nunca debió ver la luz mientras hubo presente gente decente, a no ser que vuelvas a desgarrarlos, cosa que no me extrañaría en absoluto teniendo en cuenta lo ajustados que te quedan —celebró el hombre, que parecía satisfecho con aquel logro.
   Alonso gimió agradecido.
   Crisanto, ya en pie, tras comprobar que volvía a gobernar cada parte de su cuerpo, se acercó a la puerta, desde donde se asomó al interior,
—Deberíamos partir ya —dijo.
—En seguida —convino Nicodemo—. Sólo déjame coger otro farolillo de aceite que tengo guardado para casos de necesidad, pues el primero fue heroicamente sacrificado para salvarme de las garras de esa bruja, como bien la llamó Lúcida, ya que aquella horrible mujer no podía ser otra cosa. El camino hasta el pueblo, aunque corto, es demasiado oscuro para recorrerlo a estas horas de la noche, y transcurre por una densa arboleda que no deja pasar la luz de la luna. Nos vendrá bien para no extraviarnos en las tinieblas. Mientras lo enciendo, tú y Alonso, ya con sus pantalones arreglados, como podrás comprobar, deberíais coger vuestras armas, por lo que pueda pasar.
   El caballero asintió, pensando que la propuesta de su anfitrión, muy aficionado a perderse en los detalles cada vez que hablaba, sonaba sensata, entonces, entró y tomó la espada del lugar donde la había dejado una vez se echara a dormir, instando a Alonso, ya completamente vestido, a hacer lo propio con su maza de combate.
   Cuando todo estuvo listo, fue el propio Nicodemo el que insistió en ponerse a la cabeza del grupo.
—Ninguno conocéis tan bien como yo este sendero, y aunque parezca algo fácil de hacer aun para un foráneo, las sombras invitan a la confusión, y eso podría hacer que nos perdiéramos, con las terribles consecuencias que podría acarrearnos en un momento como éste —decía mientras empezaba a caminar—. Es curioso, esta noche, que debería haber sido tranquila, he sido interrumpido en el momento de la cena por unos desconocidos, vosotros, a los que he abierto la puerta de mi casa y ofrecido asilo. Esos mismos invitados, vosotros también, me desvelan como ciertos unos oscuros rumores que más valdría no conocer, y que tratan sobre muertos que caminan. Entonces, la propia puerta de mi casa se transforma en un monstruo y trata de devorarme, cuando en realidad no había ningún monstruo, sino una vieja, bruja al parecer, que nos ha engañado a todos por medio de una ilusión que a saber cómo ha creado. Me salváis de morir en sus garras, por lo que os estoy agradecido. Ahora, abandono mi hogar y no sé muy bien cómo ni cuándo volveré. Debería estar enfurecido, o algo así, supongo, sin embargo, reconozco estar entusiasmado ante la perspectiva de comenzar una arriesgada aventura en vuestra compañía. No me reconozco, si debo ser fiel a la verdad.
—Hablas mucho, Nicodemo —escupió Crisanto.
—Eso mismo me digo a veces, pero no sé cómo callar a su debido tiempo —reconoció el hombre.
—Si eres incapaz de callar, yo mismo te pondré una mordaza en la boca para obligarte.
   Luego de dar una veintena de pasos, quizás una treintena en el caso de la niña, llegaron a la linde de la arboleda, donde se internaba el estrecho sendero que partía de la casa. Nicodemo se detuvo indeciso, alumbrando con el farolillo los árboles que tenía más cerca.
—Su aspecto durante la noche es mucho menos tranquilizador que cuando luce el sol. Es como si esperasen el momento adecuado para dejar caer esas enormes ramas sobre aquellos que se atrevan a acercarse demasiado, como es nuestro caso —murmuró temeroso.
—No son más que árboles, Nicodemo, no permitas que tu imaginación les otorgue capacidades que no les pertenecen —manifestó Crisanto—. Vamos, no hay tiempo que perder.
   Panzagónica respiró hondo, tras lo cual, inició la marcha un tanto tembloroso. Los árboles se agolpaban a ambos lados de la vereda desde el principio, en algunos tramos, se apretaban los unos contra los otros de tal modo que casi formaban una pared impenetrable por donde ni siquiera era posible ver qué había más allá, más aún en la noche, lo que aumentaba la sensación de agobio de los viajeros, que apenas se atrevían a separar los labios. Alonso cerraba el grupo, cubriendo la espalda a su hermana, que iba de la mano de Crisanto, que, a su vez, no se separaba un palmo del asustado Nicodemo, que cada vez avanzaba con mayor lentitud acuciado por la incertidumbre.
   Una vez dejaron atrás el denso bosquecillo, lo que les llevó una decena de minutos, tal vez, se sintieron de veras aliviados.
—Sé que debe sonar a locura, pero tengo la sensación de que esos árboles estaban dispuestos de otra forma menos asfixiante la última vez que pasé entre ellos, incluso he llegado a sentirme amenazado —declaró Nicodemo con la voz entrecortada.
—Debo admitir que he llegado a ponerme nervioso —reconoció el caballero.
   Alonso se volvió y arrojó una piedra contra los árboles. Tras escucharse el sonido de ésta al chocar, obtuvieron como respuesta un extraño y siniestro murmullo proveniente de la arboleda.
—No debiste hacer eso —lo increpó su hermana.
   Alonso retrocedió consternado.
—Vámonos de aquí —ordenó Crisanto.
   Nicodemo no se lo pensó dos veces y dirigió de nuevo sus pasos hacia el norte, con más brío esta vez.
—¿Oísteis eso? —preguntó agitado—. ¿Qué sería? Nada bueno, estoy seguro.
—Así es, nada bueno —respondió Crisanto, que casi lo atropellaba al andar.
—Quizás no sea tampoco malo —dijo Lúcida—. Nada nos hizo daño allí, a pesar de todo.
—Ya lo discutiremos en otro momento, niña, ahora urge llegar cuanto antes a Media Piedra —repuso el caballero.
   Al fin, tras un corto viaje que se les acabó antojando interminable, alcanzaron el pueblo, protegido por una vieja y descuidada empalizada de madera que daba la impresión de estar a punto de caerse en cualquier momento.
   Nicodemo se acercó al portón y lo golpeó fuertemente con el puño por tres veces.
—¡Abrid! ¡Somos amigos! —dijo, cuidándose de no gritar demasiado.
   Un ruido se oyó del otro lado, aunque no inmediatamente. Daba la impresión de que alguien subía por unas escaleras sin demasiada prisa, incluso se le oía refunfuñar.
—¿Quién sois a estas horas y que queréis? Habéis de saber que la puerta no se abre hasta después del canto del gallo, aunque éste pueda atrasarse —dijo una voz desde arriba—. ¡Nicodemo Panzagónica! ¿Qué haces aquí?
   Los integrantes del grupo miraron hacia el individuo que les hablaba, que se asomaba tras la empalizada por encima de la puerta.
—Será mejor que abráis la puerta, señor —dijo Crisanto, imprimiendo autoridad en la voz a pesar de no haber impartido ninguna orden, al menos de forma directa—. Traemos malas, muy malas noticias.
—¿Qué está diciendo este sujeto, Nicodemo? —preguntó el hombre, que parecía confuso—. ¿Debería abrir la puerta? Si son forajidos y te están obligando a...
—No hay nada que temer de esta gente que viene conmigo, Antonio Plomocansino, ya que no son forajidos, sino unos amigos, por así decirlo, que me han salvado la vida recientemente. Será mejor que abras la puerta cuanto antes, no sabemos de cuánto tiempo disponemos. Además, si te contamos desde aquí lo que hemos venido a decir no nos abrirías nunca —dijo el aludido con cierta urgencia.
—De acuerdo —accedió Antonio, que hizo señas a alguien con la antorcha que portaba—. Pero, quizás, cuando sepas algunas de las cosas que desde hace unos días suceden aquí dentro, prefiráis estar fuera.
   De nuevo, el solitario aullido de un lobo, tal como sucediera después de la huida que emprendiera la bruja una vez se vio envuelta por las llamas, desgarró la quietud de la noche. Esta vez sonó más cercano, como si el animal, de ser el mismo, hubiese tomado la decisión de seguir los pasos de Crisanto y el resto de componentes del grupo, por así decirlo.
   Una serie de ruidos sonaron tras el portón, que no tardó en abrirse pesadamente.
   Imagen tomada de www.lugubreclamor.blogspot.com Desconozco la identidad del autor de la obra.

2 comentarios:

  1. Bravo! El nombre del caballero es muy ingenioso, con lo que me gustan los libros de caballerías! y esta historia contiene todo: me ha hecho reír y emocionarme. Los bosques umbríos, repletos de hadas, duendes, brujas, brownies y enanos me hacen perder la cabeza, felicidades!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias. Me alegra saber que fue de tu agrado. Muy amable dejando tu comentario. También a mí me apasiona la fantasía, como puede verse. :-)

      Eliminar