Tras caminar casi toda la mañana, Sigfrido, cuyo estómago llevaba ya un rato gruñendo, decidió hacer un alto y apartarse a un lado del camino, buscando el cobijo de los árboles, que le darían la sombra necesaria para aliviar la presión del sol. Por suerte, no había puesto sobre Alonso toda la carne que le dieran el posadero y su mujer la noche anterior, guardándose algo para situaciones de emergencia, como lo era aquella. Preparó una fogata sin tomar demasiadas precauciones, por no decir ninguna, y puso la comida al alcance de las llamas ante la atenta mirada de la niña, que tomó asiento frente a él, con la espalda apoyada en el tronco de un formidable roble. Sigfrido coqueteó con la idea de llevarse a los labios una copa de delicioso vino, lo cual sería imposible dadas las circunstancias. Aquella chiquilla, Lúcida, le había dado a probar el vino que mejor le había sentado en toda su vida. En lo días que estuvo en la posada pudo tomar cada día tanto como gustase, pero nunca le supo tan bien. Cerró los ojos y recordó aquel momento, cómo la sangre de la tierra recorría su garganta y le iba devolviendo los ánimos. Sí. Había hecho bien en saborear aquella copa con tanta lentitud.
—Si no te andas con ojo se quemará la carne —observó la niña.
Sigfrido abrió los ojos y comprobó que Lúcida tenía razón. Alejó un poco la carne de las llamas. Lo justo.
—Hasta el fuego parece tener hambre —bromeó.
Cuando la carne dio muestras de estar hecha, Sigfrido empezó a comer con voracidad. Entonces recordó que no estaba solo. Lúcida lo miraba con fijación, o quizás miraba la carne. Sí. No había duda. Miraba la carne. La pequeña estaba hambrienta. Un segundo de reflexión bastó para hacerle entender que aquel acto era demasiado cruel, así que, tratando de impedir que la niña sufriera al verlo comer, se giró sobre sí mismo, dándole espalda, y volvió a centrar su atención en la comida, sin caer en la cuenta de que, de aquel modo, la crueldad podría resultar doble. La niña no tardó en volver a ponerse delante, pero sonreía, convencida de que Sigfrido bromeaba.
—Anda, dame un trozo —dijo divertida mientras extendía la mano en un claro gesto de petición.
Sigfrido, sintiéndose lento y torpe, dejó escapar un suspiro, luego miró a Lúcida y le ofreció lo que restaba de carne. La niña tomó un pedazo y comenzó a comerlo mientras se sentaba junto a él y apoyaba la cabeza en el brazo de Sigfrido, que sintió una extraña pero agradable sensación recorrerle el cuerpo.
Lejos de allí, en algún lugar del mismo camino por el que Lúcida y Sigfrido viajaban, un gordo mercader se afanaba en reparar una de las ruedas del carro donde transportaba sus mercancías. Era tal su empeño que no oyó la multitud de pasos que con lentitud y torpeza se acercaban por detrás. Fue la inquietud de sus animales de tiro la que le hizo reparar en la complicada situación en que se encontraba. Los caballos, asustados, echaron a correr enloquecidos rompiendo del todo la rueda averiada. El aterrado mercader, viéndose perdido, trató de huir de lo que se le venía encima, pero sus piernas eran demasiado cortas, incapaces de dar una zancada mayor que la de una hormiga, como él solía decir. Sufrió un final tan lento y horrible como su propia forma de correr, quizás porque a la muerte le molestó su insistencia por retrasar su ineludible cita. Finalmente, los pobres animales, incapaces de seguir tirando por más tiempo del carro averiado al que estaban cautivos, tuvieron la desgracia de correr la misma suerte que su amo.
Berto Monedamía, que así se llamaba el infeliz, había tomado su última cerveza en 'La Penúltima' días atrás, mientras contaba a Sigfrido su intención de marcharse de aquellas tierras, las mismas que le vieron morir, que no nacer. "Devora a la competencia antes de que ella te devore a ti", era su lema, que demostró ser, al menos en cierto modo, desafortunadamente apropiado para sus últimos momentos.
Qué ruin Sigfrido, iba a dejar a la niña hambrienta jajaja. Espero que algún día el karma le trate como él trata a los demás, sería interesante verle en esas situaciones jaja. Un saludo.
ResponderEliminarJajaja Y que lo digas.
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