Sigfrido tenía sobrados motivos para lamentarse, se suponía que Alonso y toda la carne que había llevado encima, y de la que apenas quedaba algún resto, tendrían que haber servido para atraer sobre éste la atención de todos los muertos vivientes que pululaban por los alrededores. ¿Para qué, si no, le había dicho que armara tanto alboroto al entrar en el cementerio? Así, mientras el estúpido grandullón servía de distracción, él podría moverse con total libertad por donde quisiera hasta encontrar a la niña,si es que ésta seguía aún con vida. Pero los acontecimientos no se desarrollaron según lo previsto. De hecho, fue él mismo el que echó por tierra su propio plan al salir huyendo de aquel zombi al que, justo en ese momento, Alonso destrozaba la cabeza con un formidable golpe. Y es que, el hijo mayor del matrimonio que regentaba 'La Penúltima', se estaba destapando como un formidable combatiente. Repartía mamporros a diestro y siniestro de manera incansable, quebrando huesos por aquí y también por allá. Eran muchos los muertos que caían a sus pies para permanecer inmóviles hasta el fin de los tiempos. Y Alonso parecía estar descubriendo que hacer daño era algo que se le daba a las mil maravillas. "Está disfrutando", pensó Sigfrido mientras lo contemplaba luchar, maravillado por la infinita gama de golpes que el muchacho atesoraba. Y vaya golpes. Magníficos. imparables. Absolutamente demoledores para quien los recibía. Él, sin embargo, hacía un uso de la espada bastante alejado de lo que se espera de un guerrero del calado que Alonso y sus padres le otorgaban, aunque se cuidaba mucho de no hacerlo a la vista de éste, situándose detrás, con la espalda cubierta por una enorme cripta hasta la que habían logrado recular, y encargándose de las criaturas que lograban flanquear a su compañero de fatigas. "¡Toma ésto! ¡Y ésto!", exclamaba una y otra vez con el tono que imaginaba debía tener un guerrero experimentado, tuviese o no un enemigo al que dar matarile. Sí, fueron muchas las ocasiones en las que Sigfrido se vio gritando amenazas a un enemigo ficticio. De esa forma, esperaba seguir manteniendo la fama de héroe que tan inmerecidamente le había sido dada. No había razón para perderla, después de todo.
Fue entonces que tuvo una idea digna de alguien como él, lo que es apuntar muy bajo, todo sea dicho.
—Alonso, he visto a tu hermana ocultarse tras esas lápidas de allí —mintió como el bellaco que era, al tiempo que señalaba en la dirección donde, por circunstancias muy favorables para sus propios intereses, no había ningún muerto viviente, estando casi todos agolpados frente al bravo Alonso, al que trataban en vano de derribar—. No dejes que pasen. Voy a por ella.
Alonso asintió tras mirarlo fugazmente. Su rostro mostraba un profundo y sincero agradecimiento hacia Sigfrido. Apreciaba el esfuerzo de éste por querer salvar a su hermana. Luego, volvió su atención sobre las monstruosas criaturas, y, con un nuevo grito de guerra, retomó la acción con incuestionable dedicación, aunque ya empezaba a mostrar los primeros síntomas de cansancio.
Sigfrido no lo dudó un instante y corrió lejos de allí con la firme intención de encontrar a la hermana de Alonso. Aquella era la mejor manera que se le ocurría para retomar su plan original, al menos desde el punto en que Alonso servía de distracción a los incansables zombis mientras él se dedicaba por entero a buscar a la pequeña. Al verse perdido entre tanta tumba, Sigfrido pensó que aquel cementerio no debía ser tan pequeño como afirmaba el posadero. "Este lugar no parece tener fin", se lamentó para sus adentros.
Algo le hizo detenerse de pronto. De soslayo, mientras corría, le había parecido ver a una bella mujer toda ella vestida de blanco, que lo miraba con severidad, como si le reprochara algo. Iluminó el lugar con la antorcha un instante, pero no había nada allí, sólo una impenetrable oscuridad. Estuvo tentado de acercarse más y echar un vistazo más detenidamente, pero descartó la idea de inmediato. "Es este lugar. Es el miedo", pensó.
Sí, el miedo, el amor a la vida propia, en algunos casos como el suyo muy por encima de la vida de los demás. ¿Qué hacía allí, poniendo en peligro su valiosa existencia? Alonso, bravo como un león, había nacido, sin duda, para darle a él la posibilidad de seguir viviendo. Aquel era el momento preciso en que habría de decidir qué hacer: si seguir con el rescate de la niña aun a riesgo de su propia seguridad, algo digno de héroes, sólo de ellos; o abandonar la búsqueda y pensar en sí mismo, que, en resumidas cuentas, es lo que venía haciendo desde siempre.
Decidió irse. Sí, se iría de inmediato. No soportaba estar allí ni un minuto más. Lo sentía por Alonso. Lo sentía por el matrimonio de posaderos. Lo sentía por la pobre chiquilla. Por todos ellos lo sentía. De veras que lo sentía. Y así fue que se marchó cabizbajo, sin despedirse, convencido de que, a fin de cuentas, era una rata, y las ratas, al menos las que caminan sobre dos piernas, actuan así.
Un grito de dolor y de espanto se oyó en la distancia, seguido de un llanto desconsolado e incontables lamentos, cada vez más débiles, más apagados. Era la inconfundible voz de Alonso, que parecía anunciar de esa forma su desgraciado final. Sigfrido estuvo a punto de taparse los oídos, pero no lo hizo, se obligó a escuchar el sufrimiento que otorga la muerte cuando ésta llega con crueldad. No podía permitirse olvidar aquello. En absoluto.
Sus pasos se encaminaron en un principio a la posada, pero se lo pensó mejor y varió el rumbo hacia cualquier otra parte; algún lugar lejos de allí.
Ya amanecía cuando una voz familiar habló tras él:
—¿Es que no piensas parar nunca? —dijo la voz de la niña.
Sigfrido casi se desmaya del susto.
Imagen extraída de www.cartasdemalvadia.wordpress.com Desconozco el nombre de su autor, por lo que agradecería cualquier referencia al mismo para poder así dedicarle una más que merecida reseña.
Acabo de ver que, o te has pasado a blogger, o tenías este blog al mismo tiempo que el otro jaja. Éste me viene mejor para comentar. Lo cierto es que Sigfrido vuelve a hacer de las suyas, dejando tirado a un valiente "amigo". Espero que ese grito no sea el de la agonía final de Alonso, ha luchado mucho para merecer caer. ¡Un saludo!
ResponderEliminarHola, José Carlos, empezó todo en blogger, pero, de repente, no sé por qué, comencé a tener problemas para publicar. Ese fue uno de los.motivos por los que me pasara a wordpress. Por suerte, parece que esos problemas se han solucionado, así que, actualmente, ydeade hace muy poco, mantengo ambas plataformas activas.
EliminarUn saludo. :-)