No se recuerda vuelo más extravagante y peculiar que aquel que protagonizaron Sigfrido, que agarraba inquieto una escoba voladora en cada mano, con los brazos muy abiertos, y Cornelio, que, acuclillado sobre los hombros de éste, mantenía el equilibrio a duras penas. Sin duda, habrían llamado la atención de cualquier criatura que, junto a ellos, surcase los aires, por desgracia, no había pájaros por los alrededores que pudiesen contemplar curiosos aquella nueva y ridícula forma de volar. “¡Menudo par de locos!”, es lo mínimo que habría pensado el jilguero más insignificante que habitara aquellos contornos hasta que, junto al resto de sus plumíferos vecinos, decidiera abandonar el nido aquella misma noche por causas siniestras que, quizás, podrían ser explicadas más adelante. Y fue precisamente por hurgar en un nido en busca de huevos, entre otras cosas, que Cornelio y Sigfrido se veían en aquella comprometida situación.
Dispuesto a poner fin a tanta inestabilidad, el anciano se preparó para llevar a cabo una temeridad, desoyendo las nerviosas advertencias del joven, que, temiendo más por su suerte que por lo que pudiera sucederle al viejo, trataba de convencer a éste de que reflexionase acerca de las terribles consecuencias que ambos habrían de sufrir en caso de caer al vacío a causa de alguna locura. Sin embargo, Cornelio decidió arrojarse sobre una de las escobas, a la que logró aferrarse con una mano milagrosamente, mientras que, con la otra, aprisionaba el brazo con el que el inquieto joven sujetaba la misma.
—¡A tu edad deberías pensarte más las cosas! —protestó Sigfrido incrédulo.
—A mi edad no se dispone de tanto tiempo como creéis los jóvenes —respondió Cornelio, que soltó el brazo del muchacho, empleando ahora ambas manos en la escoba—. Ya puedes soltarla —dijo.
—¿Y si es una de ellas la que vuela, arrastrándonos a todos consigo? Podría ser que, al yo dejar de sujetarla, te precipitases al vacío en una caída fatal. ¿No has pensado en eso?
—Es probable, tanto como que sea la tuya la que no esté volando y sí la mía.
Sigfrido no pudo evitar imaginarse a sí mismo cayendo al suelo entre alaridos de terror mientras se abrazaba inútilmente a la escoba equivocada.
—No pienso soltarme —dijo nervioso.
—¡Suelta mi escoba y agarra la tuya! ¿O tendré que usar el hacha para soltarte yo?
Ante la amenaza de Cornelio, al que Sigfrido veía muy capaz de cumplirla al pie de la letra, no le quedó más opción que obedecer, lo cual hizo tras pensarlo un largo momento en el que ambos se sostuvieron la mirada mutuamente; siendo una inclemente, y suplicante la otra. Con la velocidad que otorga el miedo, el joven liberó el puño que apretaba en torno a la destartalada escoba a la que se aferraba Cornelio y trató de afirmarlo en la que, en adelante, habría de ser la suya, algo que logró tras un momento de terrible incertidumbre. Ambos pugnaron por adoptar una postura de vuelo acorde con lo que se espera en una escoba voladora, al menos, teniendo en cuenta las historias en las que éstas aparecían surcando los cielos mientras eran gobernadas por crueles y malvadas brujas, tales como aquellas que arrastraron al anciano poco antes de perecer en aquel accidente provocado por la osadía de su indómita presa. Por descontado, fue Cornelio el primero en lograr su propósito, respondiendo la escoba al instante deteniendo su ascenso y permaneciendo dócilmente en el aire, sin balanceos de ningún tipo. Sigfrido, en cambio, apenas lograba suavizar el abrazo con el que se aferraba a su escoba, que seguía ascendiendo sin control.
—¡Trata de calmarte! Tengo la firme impresión de que responde al estado de ánimo, puede que incluso también a la intención, o eso creo —le advirtió Cornelio, que comprobaba cómo la escoba respondía a sus deseos de desplazarse lentamente en círculos con la voluntad de sus pensamientos, aunque no con toda la exactitud que quisiera. “No parece difícil”, pensó extasiado.
De súbito, tuvo la desagradable sensación de que no todo estaba como debiera. Llevado por un repentino impulso, echó mano al lugar donde había alojado el libro, descubriendo con horror que el hueco entre la guita que usaba a modo de rudimentario cinto y el tejido de su ropa estaba vacío.
—¡Nooo! —gritó fuera de sí.
Le bastó una nerviosa mirada hacia abajo para advertir que, tal como temía, el libro se precipitaba al vacío en caída libre. Sin duda, la fatalidad debió suceder mientras se esforzaba por hacerse con la escoba, para la que fue suficiente un firme pensamiento de su jinete para lanzarse en un espectacular picado en persecución del negro volumen. Cornelio, lejos de temer un trágico final, apretaba los dientes con rabia, dispuesto a perecer, si era preciso, con tal de recobrar aquel tomo con el que pretendía descubrir los oscuros secretos de la magia, si es que sus sospechas al respecto eran ciertas. “Quizás esté perdiendo la cabeza”, le decía la voz de la razón.
Cuando Sigfrido logró sentarse a horcajadas sobre su escoba, la cual comenzó a responder igual que hizo la de Cornelio, aunque con menos suavidad, oyó el largo y profundo grito de éste, que le llegaba de más abajo. Al ver cómo el viejo se dejaba ir con violencia hacia el suelo, sintió el deseo de ir tras él y prestarle alguna ayuda, si es que la necesitaba, aunque le preocupaba sobremanera el hecho de ir a tanta velocidad, por lo que su escoba, atendiendo a las necesidades del que entendía era su amo, inició un descenso tan lento y suave que apenas era percibido por Sigfrido, que tardó unos instantes en darse cuenta de lo que estaba sucediendo. “Pierdo altura”, pensó. “Es como si pudiese manejarla con el pensamiento”, reflexionaba sorprendido.
Atraído por lo que sucedía arriba desde que oyera ese sordo ruido provocado por el libro al caer, el zombi con muñones por brazos mantenía fija la vista en el cielo. Era indudable que algo o alguien descendía a una endiablada velocidad, y ese movimiento produjo en él un efecto hipnótico al que fue incapaz de resistirse. Lo último que vio, fue el brillo de la hoja de un hacha, justo antes de que ésta se clavase en su cabeza, poniendo un repentino y misericordioso fin a una existencia miserable. Acto seguido, la escoba en la que montaba Cornelio se detuvo en el instante en que el impacto parecía inminente. Éste, aún maravillado por un descubrimiento tan asombroso como el que acababa de hacer, desmontó, tomando el mágico objeto con una mano, y se dirigió a recuperar el arma, incrustada en la testa del cadáver, usando los andrajos que éste vestía para limpiar los despojos que la impregnaban luego de perforar el cerebro del mismo. Después, tras guardarla en el lugar dispuesto para ello, fue hasta donde yacía el libro, que pareció recibir con agrado el tacto de su mano, si es que eso era posible. El anciano contempló incrédulo el aspecto del siniestro tomo, intacto, a pesar de la dureza del golpe. Aliviado, posó sus labios sobre el mismo, depositando en la inmensa negrura de su cubierta un dulce beso, estrechándolo luego contra su pecho, embargado por un repentino e inexplicable sentimiento de amor, por así decirlo. De súbito, una solitaria lágrima recorrió su rostro. En ese preciso momento tomó tierra Sigfrido, que se aclamaba a sí mismo por lograr el gobierno de su escoba contra todo pronóstico.
—No es tan malo cuando sabes cómo hacerlo, aunque tengo que aprender a mirar menos hacia abajo —decía—. ¿Qué ocurría? Cuando te vi bajando a esa velocidad llegué a preocuparme.
Cornelio se volvió a mirarlo con aire ausente y desconfiado.
—Alguien como tú jamás lo entendería —respondió.
—¿Qué debería entender? —preguntó Sigfrido burlón.
Cornelio montó sobre su escoba y, aún contrariado, dudando de si lograría llevar a cabo su deseo, le pidió alzar el vuelo. Ésta respondió casi al instante, deslizándose por el aire describiendo círculos concéntricos.
—Para empezar, caminar es un asunto del pasado —dijo, con los ojos puestos en el alto cielo.
Sigfrido, al que no terminaba de agradar la idea de volver a emprender el vuelo justo después de tomar tierra, comprendiendo que negarse equivalía a quedarse solo, imitó al anciano, aunque su escoba realizó un despegue donde la elegancia fue célebre por su total ausencia. Fue así que, aquellos que en un principio volaron juntos en una extraña sociedad, lo hacían ahora por separado montados sobre sendas escobas voladoras.
Antes de superar la altura de las copas de los árboles, les llegó el sonido de unos cuernos, tras los cuales, comenzó el redoblar de una multitud de tambores. El corazón de Sigfrido dio un vuelco, pues aquello le trajo recuerdos de un pasado no demasiado lejano, en que formaba parte de un aguerrido ejército; alguien marchaba a la batalla.
La imagen pertenece a la portada de "Brujas de viaje", fantástica novela perteneciente a la saga Mundodisco, creada por el genial Terry Pratchett. El creador del dibujo es el también genial Josh Kirby.
Muy buena la historia, tu la escribes?
ResponderEliminarSi puedes pasate por mi blog, saludos!
Muchas gracias. Sí, yo la escribo, si se puede llamar escribir a lo que hago. Se trata de una peculiar historia de fantasía que toma forma con cada entrada. Gracias, nuevamente, por dedicar tu precioso tiempo a leerle. Con gusto visitaré tu blog.
ResponderEliminarMe he quedado intrigada y con ciertas sospechas de que se avecina "tormenta" no el cielo de Sigfrido, sino en su estado mental con esos tambores redoblando y un sospechoso sonido de cuernos.
ResponderEliminarEsperaré al próximo capítulo Miguel Ángel.
Un abrazo
¡Muchas gracias! Todo un enigma lo que habrá de acontecer en adelante, aun para mí.
Eliminar¡Saludos!
Muy original, pero me sobra lo del zombi.
ResponderEliminarLa aparición del zombi encuentra respuesta un par de entradas antes, pues no se trata de una entrada aislada en sí, sino de una historia continuada que toma forma entrada a entrada, de ahí que sea imposible de ubicar al mismo en este texto concreto sin haber seguido antes los otros.
EliminarGracias por tu comentario y por leerlo.
Sabes qué pasa que cada vez me entusiasmo más con tu historia y personajes y siempre me quedo con ganas de más... ahora cómo nos dejas así (que nos traen las trompetas?) me ha encantado el vuelo en escoba (yo casi he salido volando)...
ResponderEliminarGenial como siempre¡¡¡
¿Qué sucederá? Eso mismo me pregunto yo. Pronto saldremos de dudas, o eso espero. ¡Muchas gracias!
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