viernes, 18 de septiembre de 2015

8. Un feliz encuentro.

  Alonso no entendía muy bien por qué Sigfrido insistía en ponerle toda aquella carne cruda por encima, pero le parecía que debía formar parte de alguna especie de plan, así que se dejó hacer mientras ponía toda la atención en lo que éste le decía. ¿Cómo negarse a cooperar con la única persona que se mostraba amable con él desde que tenía memoria?   Una vez estuvo todo listo, Alonso, siguiendo las instrucciones recibidas, echó a correr hacia el cementerio mientras gritaba como un poseso. "Arma todo el jaleo que puedas", le había dicho Sigfrido. Y vaya si lo haría. Era grande y patoso, si algo se le daba bien, eso era armar ruido.

   La oscuridad le daba miedo, tanto, que una parte de él le pedía que se marchara a casa. Pero no lo haría, quería que Sigfrido viera lo valiente que podía ser. Sí, aquellas historias que le contaba mientras él trabajaba eran fabulosas, y anhelaba tener aventuras y enfrentarse al mal. Y ya de paso, rescatar a su hermana, claro.

   Unos lastimosos quejidos, que ponían la piel de gallina, y que venían de muchas partes a la vez, se alzaron como respuesta al tumulto que iba organizando por donde pasaba. De súbito, Alonso vio a una mujer de tez extremadamente pálida que lo miraba con unos profundos ojos negros. Sus cabellos, también negros, caían a lo largo de su espalda hasta llegar a la cintura. Un vestido blanco, casi resplandeciente a la luz de las antorchas, la cubría desde los hombros hasta los pies desnudos. Y poseía una belleza sin igual, casi imposible. La mujer le sonrió, luego se inclinó sobre una tumba y susurró en el suelo unas palabras que el joven no pudo oír. Después echó a correr y se perdió en las tinieblas. Alonso, hipnotizado, quiso correr tras ella, pero la noche parecía ahora más oscura, más aterradora. Se detuvo sobre la misma tumba donde había estado la extraña y miró al suelo. No percibió nada extraño, hasta que la tierra empezó a agitarse bajo sus pies y fue abriéndose un gran agujero. Un brazo amenazante emergió de repente, haciendo caer al sorprendido muchacho, que volvió a gritar, pero esta vez de espanto. Cuando Alonso logró ponerse en pie, conmocionado, ya tenía encima al primer muerto, que trató de aferrarse a él. Sus fauces se cerraron sobre el trozo de carne que tenía más cerca. Otro llegó tras él, y otro más. Mientras tanto, en la tumba de donde había asomado el horrible brazo, un muerto acababa de aparecer, y también él se encaminó hacia Alonso, que aterrado, contemplaba cómo aquellos monstruos devoraban toda la carne que le cubría. De seguir así, pronto sería la suya la que estarían masticando. Acabaría siendo comido, para su horror.

   No. No podía permitirlo. Debía luchar. Era grande y fuerte, todos lo decían. Él mismo lo sabía. Era lo único de lo que podía estar orgulloso, aunque no pudiera contárselo a nadie. Sí, lucharía todo cuanto pudiese.

   Su decisión llegó justo a tiempo, pues apenas quedaban trozos de carne cruda colgando de su cuerpo. Se revolvió como un jabato al tiempo que lanzaba un tremendo grito de rabia y comenzó a dar golpes cargados de una furia animal. Entonces oyó la voz de Sigfrido, el gran guerrero, que le anunciaba su pronta llegada. Sí, estaba salvado, sin duda.

   Uno de aquellos monstruos, el que había salido de la tumba, se acercó a él. Alonso lo recibió dándole con una de las antorchas en la cabeza, dejándola incrustada en la misma, lo que fue posible dado el avanzado estado de descomposición de su repugnante rival, que comenzó a dar tumbos hasta caer inerte junto a la misma fosa de la que salió. Ya no volvería a levantarse.

   En ese mismo momento apareció Sigfrido, que se frenó en seco, visiblemente sorprendido por la escena que ante él tenía. Alonso, al verle, no pudo disimular su inmensa alegría, y a pesar de encontrarse rodeado de enemigos, corrió hasta donde éste estaba, abrazándolo con tanta fuerza que casi lo parte por la mitad.

—¡Ahora no! ¡Ahora no! —gritó Sigfrido desesperado, pues los muertos vivientes se acercaban.

   Estaban rodeados.

   Imagen extraída de www.madamelocura.blogspot.com Desconozco el nombre de su autor, por lo que agradecería cualquier referencia al mismo para poder así dedicarle una más que merecida reseña.




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